Siempre fui un niño inseguro y a la vez muy curioso. Cuando tuve que elegir qué estudiar, dudaba entre el cine y la psicología. Elegí la segunda.

Fue durante los primeros años en la universidad cuando tuve más problemas de ansiedad social y a la vez cuando ocurrió el click de mi vida. A los 22 años descubrí el teatro y a los 23 el enfoque gestalt de psicoterapia.

Todo cambió.

A los 26, me compré mi primera cámara y abrí un blog desde el que comencé a compartir una fotografía y un texto diarios, ejercicio que no he dejado de practicar desde entonces.  A los 30, cuando creía tenerlo claro, pensaba en la fotografía como pasión-hobbie y por fin había decidido dedicarme profesionalmente a la psicoterapia, apareció una oportunidad que de nuevo dio un giro a todo: hacer las fotografías para un libro (Lactancia, de Litera Libros). Fue durante esos meses acompañando a mujeres y niñas-os en su intimidad cuando me di cuenta de que no debía elegir entre la fotografía y la psicoterapia. Ya estaba practicando una suerte de ambas sin darme cuenta. Lo que creía dos mundos distintos no eran más que uno y la clave estaba en integrarlos.

Tras una cámara que enfoca hay una persona que observa. Es esta maravillosa obviedad con la que vengo trabajando desde entonces.

Muchas veces colocamos la atención afuera, en lo técnico, en la cámara, en los resultados propios y de los demás… Vivimos ajenos a nosotros y creo firmemente que es en ese espacio humano de la mirada tras la cámara donde se encuentran las claves y la esencia de lo que está pidiendo expresarse a través de una fotografía.

Reivindico pues la fotografía como medio para mirarnos, descubrirnos y reconocer no solo las luces sino también las sombras; la fotografía como excusa para mirar afuera y mirar adentro y también como un medio para expresar y compartir con los demás aquello que queremos contarle al mundo.

Mi último descubrimiento ha sido este: la fotografía es la gran excusa que he encontrado para compartir. Y ahí ha sido cuando he decidido aventurarme con los cursos y talleres. Sí, aventurarme, claro que sí. Quién iba a decirle a aquel niño tímido e inseguro que un día estaría impartiendo cursos y talleres. Ahora, creo firmemente que una vez descubrimos aquello que nos apasiona, debemos comprometernos con ello.

“Atreviéndonos a mirar” es ese compromiso en forma de curso, y la Fotoescuela en Benimaclet, es el espacio donde atreverme con quienes tengáis curiosidad por este doble viaje: un viaje hacia afuera y un viaje hacia adentro con un objetivo claro: que nuestra mirada y por ello nuestras fotografías sean cada vez más personales y estén así más comprometidas con nosotros, con nuestra esencia, nuestra historia, nuestro presente y aquello que queremos contarle al mundo.

En enero comenzará la cuarta edición de la aventura. Pienso en que ya es la cuarta, me vienen a la mente las personas con las que ya he compartido aventura, y suelto un suspiro. Sí, es bonito apostar por los sueños, atreverme y no estar solo en el vértigo.

Jose Bravo